Entre junio y julio de 2010 viví 6 semanas en Calcuta a donde fui a hacer una práctica durante el verano. En total fueron un poco más de dos meses en India, en los cuales sufrí y me sorprendí de un país que llegaría a ser, 5 años despúes, mi hogar durante 3 años. Durante mi estadía en Calculta llevé un blog, y búscando en internet, me encontré con lo que escribí durante mis días en Calculta. Acá van las entradas que escribí en ese entonces. Una forma de recordar y de volver a vivir esos días.
1. Primer día en Calcuta (24 junio de 2010)
Mi primer día en Calcuta paso de la emoción y la expectativa a la incertidumbre y el arrepentimiento. Comencé el día descubriendo solo una partecita muy pequeña de lo que es Calcuta, jóvenes peleándose ayudar con las maletas para ganarse algo de propina, el taxista que cobra una cargo adicional por tomar una vía en la cual, según él, no hay trancones; el baño al estilo India con un hueco en el piso (al que no fui capaz de entrar), las tiendas de dulces, la comida de la calle que se disfruta si se tiene un estomago resistente. Pasé de esa Calcuta por descubrir a la Calcuta que me hizo llorar, la que me hizo querer dar la vuelta y regresar, la que me hizo cuestionarme quién me mandó a venir a este país, quién me mando a sacrificar las comodidades y la limpieza de donde estaba, por qué no me quedé a disfrutar de los Campos Elíseos en verano en lugar de venir a aguantar más de 30° con lluvia, calles sucias, gente mendigando, sabanas que no están limpias, baños en los que no hay papel higiénico y en los que al bañarme queda un charco increíble porque la ducha no está separada del resto del baño. Sí, lloré mientras desde la ventana de aquella habitación incómoda donde pasé mi primer noche en Calcuta, veía y sentía el aguacero fuerte de la noche, veía como el agua entraba y mojaba las sabanas de la cama que me dejaron, lloré mientras escuchaba a dos jóvenes hablar y reírse en un idioma que me era extraño, lloré mientras recordaba mi cama, mi sabanas limpias, mis toallas frescas y suaves, la comodidad de mi baño, el olor a limpieza. Sí, lo acepto, crecí en un hogar de clase media-alta colombiana, de esos que se consolidaron a pulso y con el sudor de la frente de quien ha trabajado toda su vida por darle lo mejor a sus hijos, de esos en los que las mamás tiene todo limpio, en los que las toallas huelen a suavizante de lavanda, de esos en los que el baño está reluciente, de esos en los que las sabanas son frescas y limpias, en los que cada hijo tiene su habitación y su espacio, de esos en los que no le falta a uno nada. Crecí en ese tipo de hogar y por lo tanto me resulta difícil acomodarme a vivir en una especie de pensión, a compartir mi habitación con 3 personas más, a compartir el baño con otras 6, a no sentir la frescura de las toallas o no ver la pulcritud en el baño. Fue así como en mi primer noche en Calcuta las lágrimas de mis ojos se confundían con la lluvia de afuera, fue así cómo me dormí preguntándome por qué decidí venir a este país. Al siguiente día me desperté sin saber qué empezaría a encontrar y a construir la respuesta a mi pregunta.
2. Vivir en Calcula (27 junio de 2010)
Después de pasar la noche en un sofá un tanto incómodo sin sábanas ni almohada, y tener que bañarme en un baño incómodo y oscuro, finalmente encontré un lugar donde vivir las próximas semanas. Puedo decir que me siento como cuando veía una de las novelas que se llevaban a cabo en una pensión del centro de Bogotá, donde cerca de 10 personas compartían el baño, donde las habitaciones eran pequeñas, donde los lujos eran escasos. Sí, pasé de vivir en estrato 6 en Manizales donde tenía mi apartamento de 45m2, con balcóny todo; de disfrutar de mi casa amplia, de mi habitación cómoda y mi baño limpio en Bogotá; de vivir en Paris con vista a la Torre Eiffle, así fuera en una habitación de 18m2. Pasé de eso para vivir en un PG (Paying Guest) en Calcuta (pensión en un lenguaje más coloquial) donde la habitación no tiene más de 8m2, donde la cama es algo menos que sencilla; donde el armario se limita a un mueble de 3 puertas, de un blanco que parece gris; donde el verde manzana de las paredes esta desgastado y desteñido; donde la ropa se cuelga adentro porque solo se puede dejar afuera mientras no esté lloviendo; donde el baño no tiene un blanco resplandeciente como el de las propagandas, donde cada vez que me quiera bañar tengo q llevar mi balde y una vasija; donde tuve que comprar un mosquitero para evitar ser presa de ellos por las noches. Sí, así es como vivo ahora, así es como voy a vivir las próximas 6 semanas; al principio me costó adaptarme, pero ahora ya hace parte de mi vida, es parte de la experiencia que decidí vivir, es parte del camino que vine a recorrer. Anoche me dormí pidiéndole a la virgen que encontrara un lugar donde vivir y sé que ella me puso en el lugar adecuado, aun cuando las comodidades no hacen parte del paquete; la experiencia de vida es el principal protagonista. Hoy caminé por Salt Lake en Calcuta, fui al mercado, que es cual la plaza de mercado de las Ferias, aunque un poco más pequeño; compre mi balde, mi vasija, mis sabanas, mis toallas, mi mosquitero, mi papel higiénico, aun me falta comprar mi cepillo y el detergente para lavar la ropa. Hoy compré dulces típicos, increíblemente deliciosos y por solo 30Rs. Hoy empecé a vivir Calcuta y sé que apenas comienza mi experiencia y la construcción de mi camino en esta la ciudad de la alegría, aun cuando para mi haya comenzado con tristeza.
3. Comenzando a descubrir Calcuta (28 junio de 2010)
Hoy fue mi primer día de salir a empezar a recorrer Calcuta. Hoy hice uso de los distintos medios de transporte que ofrece la ciudad, monté en taxi, rickshaw, bus y metro. El primer bus fue un bus relativamente moderno que me recordaba mis días de montar en bus en Bogotá, donde el conductor ponía orgullosamente La Vallenata y durante todo el recorrido escuchaba los vallenatos de ayer, de hoy y de siempre; acá era La Vallenata al estilo India, por caracterizar el ritmo de la música. El segundo era como uno de esos buses de uno de los pueblos más apartados de Colombia, se distinguía por sus colores, por fuera resaltaba un color azul clarito con avisos en rojo y verde, por dentro una guirnalda naranja; ah eso si, el ayudante de bus cual flota en el portal norte de Bogotá, es el que recoge la plata y el que permanece durante la mayor parte del tiempo con medio cuerpo afuera gritando el destino y atrayendo a los pasajeros. En el metro sentí la diferencia de género como no la había sentido antes, era cual paseo bugueño, hombres a un lado y mujeres a otro, nada de mezclarse; no sé si esto era la característica del vagón en el que viajaba o que en general todos los metros son así. Hoy fue el primer día de empezar a descubrir Calcuta, de ver la gente mendigando, la pobreza viviendo en la calle; de ver mil puestos de comida en la calle que ofrecen una variedad de sabores; de ver hombres que se mandan a afeitar en la calle; de ver lustradores de zapatos, de sentirme nuevamente en el tercer mundo.