Jerusalén es una ciudad llena de cultura y contrastes, a mí me encantó. Caminar por la ciudad vieja le ofrece a uno una mezcla de culturas, religiones, olores, sabores, rostros, sonrisas y sonidos. En tan solo unos pasos uno pasa del barrio judío al musulmán, y con ello un cambio total en los rostros que uno encuentra, en los productos que venden, en las palabras que se pronuncian, en los sabores que se pueden degustar. Caminar por las callecitas de la ciudad vieja siempre trae algo nuevo, un detalle que uno no percibió la primera vez que pasó, una callecita nueva que uno se encuentra, un olor a incienso distinto, otros niños corriendo por las calles.
Uno de los lugares donde más percibí ese cambio y ese contraste fue camino a la Puerta de Damasco, donde debía tomar el bus a Belén, la cual está ubicada en el barrio musulmán. Para llegar a la Puerta de Damasco uno debe tomar una calle que atraviesa gran parte de la ciudad vieja que se llama El Wad. Esta calle sale prácticamente desde el Muro de los Lamentos, así que en su recorrido uno va del barrio judío al barrio musulmán. Con cada paso sentía que estaba entrando a una ciudad diferente, a otra cultura. Cada vez había más puestos de comercio, más ruido, más gente, más desorden. Esa transformación me pareció interesante, cómo en tan solo unos cuantos pasos uno descubría una nueva cultura.
Parte del paseo fue subir a Masada a ver el amanecer. El día comenzó a las 3:30am, la cual era la hora de encuentro. En el hostal donde nos encontramos, todos teníamos cara de sueño pero todos estábamos listos para emprender el viaje. La noche anterior nos habían enviado un correo diciéndonos que dadas las inundaciones causadas por la fuerte lluvia del día anterior, había la posibilidad de que no pudiéramos ir a Masada, en cuyo caso visitaríamos otras partes del desierto. Cuando recibí ese correo me acordé del cambio de planes en India en 2010, cuando debido a las inundaciones no pudimos visitar Ladakh. Aunque en ese momento me dio pesar no poder visitar Ladak, el cambio de planes trajo consigo el descubrir de nuevos lugares. Así que dije bueno si no es Masada, serán otros sitios interesantes por descubrir. Finalmente sí pudimos llegar a Masada, cuyo ascenso lo comenzamos hacia las 5am. Yo me demoré aproximadamente 45 minutos en subir, a ratos me sentía cansada pero paraba, miraba el paisaje, tomaba aire y continuaba mi camino. Al llegar a la cima habían diferentes sitios desde donde disfrutar el sol levantarse allá, atrás del Mar muerto. Ver el sol levantarse entre el desierto y el mar fue algo por lo que valió la pena haber subido.
Una vez descendimos de Masada, nos dirigimos hacia el Mar Muerto. Según el conductor que nos transportaba, los expertos creen que en 25 años ya no habrá Mar Muerto dada la extracción de las sales que usan para preparar los jabones y demás productos. Esta extracción está secando el Mar. De camino al Mar Muerto paramos en un mirador donde la vista era increíble. El Mar tenía un azul especial y los rayos de sol hacían que ese azul brillara un poco más.
En el grupo con el que hice el tour había un muchacho francés que había recorrido América Latina y una parte de Estados Unidos en bicicleta. Comenzó en Chile, pasó por Colombia, luego recorrió América Central, pasó por México y finalmente llegó a Los Ángeles. Él me contaba que Colombia había sido el país donde más apoyo sentido para ellos como ciclistas. Me contaba que la gente paraba en la carretera cuando los veía, a ofrecerles agua, frutas, pan o simplemente, darles ánimo. Después de pasar casi 2 años recorriendo América Latina, me contaba que el regreso a Francia no había sido fácil, era de esperar.